La poesía es hambre de realidad

No menos insatisfactoria parece la idea aristotélica de la metáfora. Para Aristóteles la poesía ocupa un lugar intermedio entre la historia y la filosofía. La primera reina sobre los hechos; la segunda rige el mundo de lo necesario. Entre ambos extremos la poesía se ofrece «como lo optativo». «No es oficio del poeta —dice García Bacca— contar las cosas como sucedieron, sino cual desearíamos que hubiesen sucedido.» El reino de la poesía es el «ojalá». El poeta es «varón de deseos». En efecto, la poesía es deseo. Mas ese deseo no se articula en lo posible, ni en lo verosímil. La imagen no es lo «imposible inverosímil», deseo de imposibles: la poesía es hambre de realidad. El deseo aspira siempre a suprimir las distancias, según se ve en el deseo por excelencia: el impulso amoroso. La imagen es el puente que tiende el deseo entre el hombre y la realidad. El mundo del «ojalá» es el de la imagen por comparación de semejanzas y su principal vehículo es la palabra «como»: esto es como aquello. Pero hay otra metáfora que suprime el «como» y dice: esto es aquello. En ella el deseo entra en acción: no compara ni muestra semejanzas sino que revela —y más: provoca— la identidad última de objetos que nos parecían irreductibles.

Octavio Paz, El arco y la lira

Una reacción conservadora que aportó un progreso histórico

Como italiano, Gramsci se sentía inclinado a comparar el Renacimiento y la Reforma, el nuevo despertar de la cultura clásica y el supremo florecimiento de las artes que su país había visto, y la racionalización de la teología y la formidable regeneración de la religión que le faltó. Desde el punto de vista intelectual y estético, el Renacimiento se podía juzgar obviamente muy superior a la Reforma que lo siguió y que bien mirada, en muchos aspectos vio una regresión al más crudo filisteísmo y al oscurantismo bíblico. Pero la Reforma fue, en ese sentido, una reacción conservadora que aportó un progreso histórico; pues el Renacimiento había sido esencialmente un asunto de élites, restringido a unas minorías privilegiadas incluso entre las personas cultas, mientras que la Reforma fue un levantamiento de masas que transformó la actitud mental de la gente de a pie de media Europa. Pero en el paso de lo uno a lo otro estaba la condición de la Ilustración. El extraordinario refinamiento de la cultura del Renacimiento, limitado a los de arriba, debía vulgarizarse y simplificarse si su ruptura con el mundo medieval había de transmitirse como impulso racional a los de abajo. La reforma de la religión era esa adulteración necesaria, el paso del avance intelectual por la prueba de la popularización, para hallar unos cimientos sociales más amplios y por ende finalmente más fuertes y más libres.

Las reservas empíricas suscitadas por el análisis de Gramsci no deben preocuparnos aquí. Lo pertinente es la figura del proceso que describe. ¿Acaso la relación entre la modernidad y la posmodernidad, vista históricamente, no es algo muy próximo a eso? El paso de la una a la otra, en cuanto sistemas culturales, aparece marcado por una combinación análoga de la difusión y el desleimiento. La «plebeyización» significa, en este sentido, una vasta ampliación de la base social de la cultura moderna, pero en el mismo acto también una enorme disminución de su sustancia crítica, que produce la insulsa pócima posmoderna. Una vez más se ha trocado la cualidad por la cantidad, en un proceso que se puede ver alternativamente como una saludable emancipación de las restricciones de clase o como una funesta contracción de las energías inventivas. Ciertamente, el fenómeno de la vulgarización cultural, cuyas ambigüedades llamaron la atención a Gramsci, se está manifestando por todo el globo. El turismo de masas, la mayor industria del espectáculo, se puede considerar su monumento, con su imponente mezcla de descanso y saqueo. Pero aquí la analogía plantea una pregunta. En los tiempos de la Reforma, el vehículo del descenso a la vida popular era la religión: las Iglesias protestantes aseguraban el paso de la cultura posmedieval a un mundo más democrático y más laico. Hoy en día, el vehículo es el mercado. ¿Son los bancos y las grandes empresas candidatos plausibles al mismo papel histórico?

Basta con proseguir un poco la comparación para ver sus límites. La Reforma fue en muchos aspectos un descenso social de alturas culturales previamente alcanzadas: no se volvió a ver nada comparable a Maquiavelo o a Miguel Ángel, a Montaigne o a Shakespeare. Pero fue también, desde luego, un movimiento político de energías convulsas que desencadenó guerras civiles y otras, migraciones y revoluciones en la mayor parte de Europa. La dinámica protestante era ideológica; estaba impulsada por un conjunto de creencias fervorosamente comprometidas con la conciencia individual, rebelde a la autoridad tradicional, devoto de lo literal y enemigo de lo icónico. Era una actitud que produjo sus propios pensadores radicales, primero teológicos, luego más abierta y directamente políticos: el descenso que va de Melanchton y Calvino hasta Winstanley y Locke. Aquí estaba para Gramsci el papel progresivo de la Reforma que abrió el camino a la época de la Ilustración y a la Revolución Francesa. Fue una insurrección contra el orden ideológico premoderno de la Iglesia universal.

Perry Anderson, Los orígenes del posmodernismo

El arte de caballete es inevitablemente un arte de museo

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Anuncio de la revista Novi LEF. Fotografías de Tretiakov, Brik, Maiakovski, Rodchenko, Aseev, Kushner, Shklovski, Stepanova, Lavinski, Vertov, Eisenstein, Kirsanov, Neznamov, Zhemchuzhny, Pasternak y Pertsov.

La pintura o la escultura de atelier —tanto si su representación es naturalista como en Courbet y Repin, alegórica y simbolista como en Böcklin, Stuck y Roërich, como si tiene un carácter no objetivo como en la mayoría de los jóvenes artistas rusos contemporáneos— es siempre un arte de museo, y el museo sigue siendo un elemento generador de formas (que dicta la forma), al mismo tiempo que es causa y finalidad de la creación. También incluyo entre los objetos de museo, cuyo destino no es la actividad práctica vital, la pintura espacial y los contrarrelieves. Todo lo creado por el ala «izquierda» del arte contemporáneo no encontrará justificación más que en los muros del museo, y toda la tempestad revolucionaria encontrará su calma en el silencio de este cementerio.
La gran ocupación de los museólogos es clasificar por «orden histórico» lo que en su tiempo fue revolucionario y enterrarlo convenientemente inventariado en los «santuarios» del arte. Y los «historiadores del arte», estos infatigables desenterradores de cadáveres, tienen a su vez el trabajo de redactar los textos explicativos para estas criptas mortuorias, para que los descendientes puedan, si no olvidan su camino, apreciar dignamente su pasado, y no confundir las grandes épocas de «perspectivas históricas». A pesar de su futurismo, los artistas, por su lado, no se olvidan de ocupar el debido lugar en los cementerios del paseísmo.

Nikolai Tarabukin, El último cuadro

Algo bueno debe de tener

El impacto psíquico del anticomunismo en la gente sencilla de este país es muy fuerte. Hay algo en la palabra “comunismo” que, para las personas no instruidas, significa no sólo algo hostil, sino también algo inmoral, sucio. Entre las muchas razones de mi decisión de exponer públicamente mi afiliación al Partido Comunista estaba la creencia de que con ello podría ayudar a destruir algunos de los mitos de que se nutre el anticomunismo. Si los oprimidos pudiesen ver que los comunistas se interesan profundamente por ellos, se verían obligados a reconsiderar su irracional temor a la «conspiración comunista».
Pronto descubrí que en el gueto, entre los pobres y los obreros negros, las actitudes anticomunistas no estaban a menudo muy arraigadas. Citaré sólo un ejemplo: un hermano que vivía enfrente de mi casa vino un día a preguntarme qué era el comunismo.
—Algo bueno debe de tener —me dijo—, porque el patrón siempre nos está diciendo que es malo.

Angela Davis, Autobiografía

La Ilustración se convierte en su propia mitología

Nietzsche pensaba que la tragedia necesitaba del mito y que la Modernidad los había desterrado a ambos. Pero aunque esto es cierto en un sentido, es falso en otro. Es cierto que un mundo racionalizado, administrado, no puede acumular fácilmente los recursos simbólicos que necesita para legitimarse. Sus propias prácticas profanas los agotan constantemente. Asumimos que esto es parte de lo que Marx tiene en mente cuando pregunta sardónicamente si Aquiles es posible con pólvora y plomo, la Ilíada con la imprenta, o la canción y la saga con el despacho del impresor. Sin embargo, la mitología religiosa sobrevive a la Modernidad, por disminuida que quede su forma; y Horkheimer y Adorno afirman en la Dialéctica de la Ilustración que la Ilustración se convierte en su propia mitología. Para ellos, el hado que degradó a los héroes de la Antigüedad reaparece en el mundo moderno como la lógica. A lo que podríamos añadir que los dioses escenifican su regreso adoptando la forma de la razón, la providencia, el aspecto del determinismo científico y la némesis, el disfraz de la herencia. El infinito se dilata como sublimidad y el horror traumático en el corazón de la tragedia, aún una noción metafísica en el caso de la voluntad de Schopenhauer, será traducido por Lacan como lo Real, que tiene toda la fuerza de lo metafísico, pero nada de su estatus.

Para Horkheimer y Adorno el ego se esfuerza en liberarse de la naturaleza dominándola desde fuera y reprimiéndola desde dentro; pero este divorcio de la naturaleza y la razón sólo hace que se vuelva más salvaje. El resurgimiento de la mitología es, por tanto, un ejemplo de la «perpetuación de la ciega coerción de la naturaleza en el yo». Es la razón ilustrada misma la que proclama el regreso de los dioses oscuros, lo progresivo adaptado a lo pagano. Como comenta Slavoj Žižek: «La misma violencia caótica de la vida industrial moderna, al disolver las estructuras “civilizadas” modernas, se experimenta directamente como el regreso de la violencia bárbara mitopoética “reprimida” por la armadura de las costumbres civilizadas». Mientras tanto, el yo se ve forzado a renunciar a su propia naturaleza de criatura, atrapado en una demoledora contradicción entre la naturaleza y la razón, que para Horkheimer y Adorno es el secreto del sufrimiento moderno. El logos, entonces, no es del todo la otra cara del mito. No puede sobrevivir sin sus propias fábulas simbólicas y ficciones habilitadoras o sin incitar al tumultuoso regreso de lo llamado primitivo. La absoluta distinción entre los dos es en sí misma mítica.

Terry Eagleton, Dulce violencia: la idea de lo trágico

La Navidad en el Albaicín

—¿Y la canción de Los cuatro muleros?

—Es la canción típica de la Navidad en el Albaicín. Se canta únicamente por esta fecha, cuando hace frío. Es un villancico pagano, como son paganos caso todos los villancicos que canta el pueblo. Los villancicos religiosos sólo los cantan en las iglesias y las niñerías para adormecer a los niños. Es curioso este pagano villancico de Navidad, que denuncia el sentido báquico de la Navidad en Andalucía. El cancionero tiene estas sorpresas. Hay algunas canciones de profunda emoción y contenido social. Ésta, por ejemplo:

El gañán en los campos
de estrella a estrella.
Mientras los amos pasan
la vida buena.

O este otro, fiero, como de Andalucía, que pudo servir de panfleto, de manifiesto y de estandarte a la reciente revuelta:

Qué ganas tengo
de que la tortilla se dé la vuelta:
que los «probes» coman pan
y los ricos coman mierda.

Federico García Lorca, 1933

Un corazón capaz de latir a través del universo entero

Esa terquedad me impidió sacar provecho de mi encuentro con Simone Weil. Mientras preparaba la escuela Normal, pasaba en la Sorbona los mismos certificados que yo. Me intrigaba a causa de su gran fama de inteligencia y por su extraña vestimenta; deambulaba por los corredores de la Sorbona, escoltada por un grupo de ex alumnos de Alain; llevaba siempre en un bolsillo de su chaquetón un número de “Libres propos” y en otro un número de “L’Humanité”. Una gran hambruna había asolado China y me habían contado que, al enterarse de la noticia, ella se había echado a llorar: esas lágrimas habían reforzado mi respeto aún más que sus dones filosóficos. Yo envidiaba un corazón capaz de latir a través del universo entero. Un día logré acercarme a ella. Ya no sé cómo empezó la conversación; declaró en tono cortante que una sola cosa contaba hoy sobre la tierra: la Revolución que daría de comer a todo el mundo. Respondí, de manera no menos perentoria, que el problema no era hacer la felicidad de los hombres, sino encontrar un sentido a su existencia. Me miró de hito en hito: «Se ve que usted nunca ha tenido hambre», dijo. Nuestras relaciones se detuvieron ahí. Comprendí que me había catalogado: “una burguesita espiritualista”, y me irrité, como me irritaba antes cuando la señorita Litt explicaba mis gustos como infantilismo; me creía liberada de mi clase: no quería ser sino yo misma.

Simone de Beauvoir, Memorias de una joven formal

Això es parlar

Aprenguèu a parlar del poble: no del poble vanitós que us feu al voltant amb les vostres paraules vanes, sinó del que’s fa en la senzillès de la vida, davant de Déu tot sol. Aprenguèu dels pastors i dels mariners.

Quànt contemplar uns i altres en silenci la majestat del món allí hont l’esperit batega amb ritme lliure i gran! Quànta immensitat han reflectat en els ulls, quànta bellesa de cels blaus i de prats verts i de mars mudant sovint de color com el rostre d’una verge, i de llunes i sols, i de boires grises i plujes tèrboles! Quànt vent han sentit llurs orelles i quàntes rítmiques onades, i’ls trons que s’acosten i s’allunyen, i’l bruelar dels bous i crits misteriosos en l’espai! Quànta flaira d’aigua salada i herba fresca, i còm llurs sentits han sigut amorosament tocats per totes les coses pures! Llurs faccions n’estàn com encantades, i parlen rarament; però quan parlen, llurs paraules son plenes de sentit.

Recordo un jorn pel nostre Pirenèu, a plè mitj-dia, que avençavem perduts per les altes soletats: en el desert de pedra onejanta haviem marrat tot camí, i debades interrogavem amb ull inquiet la muda immensitat de les montanyes immóvils. Sols el vent hi cantava amb interminable crit. De sobte, en el crit del vent sentirem un esquelleig invisible; i nostres ulls astorats, poc fets a aquelles grandeses, tardaren molt en ovirar una eugassada que en un clot de rara verdor pexia. Esperançats nos hi encaminarem fins a trobar el pastor ajaçat al costat de la olla fumejanta que’l bailet, de jenolls en terra, atentament vigilava. Demanarem camí, i l’home, que era com de pedra, girà’ls ulls en son rostre extàtic, alçà lentament el braç signant una vaga dressera, i mogué’ls llavis. En la atronadora maror del vent que engolia tota veu, suraven sols dues paraules que’l pastor repetia toçudament: «Aquella canal…», i signava enllà vagament cap amunt de les montanyes. «Aquella canal…»: que eren belles les dues paraules entre’l vent gravement dites! que plenes de sentit, de poesia! La canal era’l camí, la canal per hont s’escorren les aigües de les neus foses. I era, no qualsevulla, sino «aquella» canal; aquella que éll coneixia ben be entre les altres per fesomia certa i pròpia: era alguna cosa aquella canal, tenia un ànima; era «aquella canal…» Veièu? Per a mí això es parlar.

Recordo una nit, a l’altra banda del Pirenèu, en «aquelhes mountines que tàn hautes sount», que sortí de la fosca una nena que captava amb veu de fada. Vaig demanar-li que’m digués quelcòm en la seva llengua propia, i ella, tota admirada, signà’l cel estrellat, i feu no més aixís: «Lis esteles…» i’m semblà que també això era parlar.

Joan Maragall, Elogi de la paraula, 1903

El estudiante aún está contento de ser estudiante

Esclavo estoico, el estudiante se cree más libre cuantas más cadenas lo atan. Como su nueva familia, la universidad, se cree el ser social más “autónomo”, cuando en realidad es un producto directo de los dos sistemas más potentes de autoridad social: la familia y el Estado. Es su hijo ordenado y agradecido. Siguiendo la misma lógica del niño sumiso, participa de todos los valores y mistificaciones del sistema y los concentra en él. Lo que eran ilusiones impuestas a los empleados se convierte en ideología interiorizada y transportada por la masa de futuros pequeños cuadros.

Cosechando un poco de prestigio en migajas de la Universidad, el estudiante aún está contento de ser estudiante. Demasiado tarde. La enseñanza mecánica y especializada que recibe es tan profundamente degradada (en relación con el antiguo nivel de la cultura general burguesa) como su propio nivel intelectual en el momento en el que accede a él, por el mero hecho de que la realidad que domina todo esto, el sistema económico, reclama una fabricación masiva de estudiantes incultos e incapaces de pensar. Que la Universidad se haya convertido en una organización —institucional— de la ignorancia, que la “halta cultura” se disuelva al ritmo de la producción en serie de profesores, que todos estos profesores sean estúpidos —cuya mayoría provocaría el alboroto en cualquier público de instituto— el estudiante lo ignora y continúa escuchando respetuosamente a sus maestros, con la voluntad de perder todo espíritu crítico a fin de comulgar mejor en la ilusión mística de convertirse en un “estudiante”, alguien que se ocupa seriamente de aprender un saber serio, con la esperanza de que se le confiarán las últimas verdades. Es una menopausia del espíritu. Todo lo que pasa hoy en los anfiteatros de las escuelas y de las facultades será condenado en la futura sociedad revolucionaria como ruido socialmente nocivo.

Fragmentos de «Sobre la miseria en el medio estudiantil considerada bajo sus aspectos económico, político, psicológico, sexual y particularmente intelectual, y sobre algunos medios para remediarlo», Internationale Situationniste, 1967.

Las fatigas de los que ya no logran avanzar por medio de ninguna fatiga

Sin duda, el aprender, como lo conocemos de la escuela, de la preparación para un oficio, etc., es algo trabajoso. Pero considérese en qué circunstancias y para qué fin aprendemos. En el fondo se trata de una compra. El saber es una mera mercancía. Se adquiere para venderse a su vez. Todos los que han escapado al pupitre han de dedicarse a aprender a escondidas, pues el que admita que aún tiene que aprender más cosas se desvaloriza como alguien que no sabe lo suficiente. Además, la utilidad del aprender está muy limitada por factores externos al radio de la voluntad del estudiante. Está el paro, contra el que no te protege ningún saber. Está la división del trabajo, que hace imposible e innecesario un saber total. En muchos casos aprender forma parte de las fatigas de los que ya no logran avanzar por medio de ninguna fatiga. No hay mucho saber que proporcione poder, pero hay mucho saber que sólo se consigue gracias al poder.

Bertolt Brecht, Escritos sobre teatro